La Pulca

Yo también he pecado donde la responsabilidad afectiva. ¡Vaya si no he sido cabrona!

Pues si no será complicado mirar al pasado y reconocerse en aquellos errores que solemos juzgar. Y el juicio es contra ti misma y sales perdiendo. Que no pasa nada, que todos cometemos errores. Pero asumir el propio, ¡ay!

A las mujeres siempre ha sido atribuido o atribuible la vergüenza; sonrojarse como acto de deliciosa inocencia, ruborizarse ante casi cualquier acontecimiento – luego maquillarse como para parecer siempre ruborizada -.

 

A los hombres les ha sido dado un estado impreciso en el cual no se sabe si se están sintiendo culpables por algo que han hecho, por algo que no han hecho, o están pensando en la lista de la compra. Muy misterioso.

 

Así, de lo femenino son la inocencia y la vergüenza, y de esa vergüenza y la consciencia de la propia condición y la acción, la culpa. A lo masculino no le están igualmente permitidas las emociones – ni mostrarlas ni, mucho menos, tenerlas -, así que sentir culpa no conviene. Más bien, se pueden alcanzar revisiones de conciencia, exigencias no cumplidas con castigos equivalentes. La punición, en todo caso, pero no esa clase de culpa.

Toda vez que te das cuenta de algo que has hecho mal y es sólo ahora cuando eres capaz de reconocerlo como «mal», tienes que elegir cómo lo asumes: con responsabilidad y madurez, sin juicio, casi como observación, abstrayéndote de ti, o entrando en pánico, sintiéndote muy mal y necesitando una reprimenda universal o algo que pueda restablecer el orden de las cosas.

Porque cada vez que estuviste juzgando un acto, estabas tal vez juzgando los tuyos propios. Porque tú también lo hiciste. Shame on you. ¡Oh, Dios mío! ¡Cómo he podido yo también caer en lo humano! Qué bajeza.

EH. Todo el mundo la caga y nadie nace sabiendo y creciendo nos hacemos gente más sabia y más experimentada y más bonica. Pero ¡qué momento, el de darse cuenta! El de reconocer la estupidez a toro pasado. Es un poquito doloroso; tampoco es como para desgarrarse las vestiduras.

Complicado es siempre, entonces, reconocerse en la falta, en el error, y complicado es también que te lo hagan ver otros. De esto que te parece que noséquién es un pedazo de mierda pero tiempo después lo analizas y dices: «ahí va, si yo tampoco estuve muy fina ahí», y te acuerdas de que a noséquién le juzgaste muy duro y le dijiste cosas y no sabes si arrepentírte de habérselas dicho o empezar a decírtelas ahora a ti. ¡Ajá! Escuece.

 

Pues nada, que arrastrando la culpa o la imperiosa necesidad del hermetismo, no está nadie exento de ser juzgado ni de caer en la facilidad del juicio, y por muy mal que nos sintamos al hacernos cargo de nuestras fechorías, nada impide que encontremos la manera de hacer como si nada y, ¡más aún!, generar todo un discurso para defendernos.

En ese entonces, ¿pararemos de ser justicieras del honor y dejaremos de señalar a los demás lo que hacen mal, o comenzaremos a hacerlo con nosotras mismas con la misma poca piedad? O tal vez las dos o tal vez ninguna, y un poco de disociación y a dormir como se pueda. ¿Dejaremos de esperar de lo masculino una respuesta emotiva y de lo femenino un análisis naturalmente sesgado por la culpa?

 

Va a costar bastante llegar a términos comunes respecto de ninguna cuestión si cada vez que nos hacemos notar comportamientos chunguitos reaccionamos con alarma y entramos en modo de defensa; como si nos estuvieran acusando de ser malas personas. ¿Y cómo vamos a vivir reconociendo todo el rato lo horribles que somos? Eso no se soporta.

“No soy machista, pero…”

OJO –> *

¡Pero que sólo te he dicho…! Sí, pero es que me lo has dicho a mí, y yo que no soy mala persona. Y sé, porque me lo han dicho y lo he oído mucho por ahí, que ser machista es malo. Y yo no soy malo, así que no puedo ser machista.

Pero es que no te estoy diciendo que seas mala persona. Que ya sé que no es que lo hagas a posta, que no es que te guste el machismo y lo practiques con placer.

Te estoy diciendo que has dicho o hecho una cosa que meh… regular.

Y QUE NO PASA NADA.

 

Pues ya es jodido desestructurarse de la estructura del privilegio… Habrá que ayudarse a bajar todxs del andamio antes de empezar a desmontarlo.

 

 

 

 

*   

 

So.Ro.Ro.Ro.Ro.Ro.Ro…

Yo soy más feminista. Ellas no son tan feministas. Nosotras somos feministas. Vosotras no sois buenas feministas. Ellas son malas feministas.

Me he estado pensando mucho últimamente. Ha dolido.

Qué me falta, qué me falta, cuál es el paso siguiente, qué no estoy haciendo bien.

Para devolverme la imagen crítica de mí misma, para darme la vuelta a la piel y buscar las pelusas, me he mirado en mi reflejo y en los de mis compañeras. Me han devuelto vigas más que pajas. Me han devuelto una clave para entender qué era eso que me tenía escamada, inquieta, a medias.

Sororidad.

Parece que cuando aprendemos esa palabra ya está, ya hemos pasado.

Parece que cuando abrazamos el feminismo ya lo tenemos todo hecho. Ya hemos aprobado. Una palabrita, magia. Y ya no hay que deconstruirse. Ya no hace falta el análisis sesudo, la autocrítica, el dilema, la cuita. Como si fuera cosa de un solo día, como si sólo hiciera falta leer unos párrafos inspirados y arrancarse a cantar y a declamar «somos feministas». ¿Cómo que feministas? ¿Cómo de feministas? ¿Quién compone ese «nosotras»?

¿Por qué nos resulta tan fácil perdonar las faltas de los hombres a nuestro alrededor, y no así con nuestras hermanas?

Cuando nos enfrentamos a situaciones delicadas cuyas protagonistas somos nosotras y otras mujeres, nos cambian los papeles. Acostumbradas al rol sumiso o al rol de no querer más sumisión, acostumbradas a un cierto tipo de empoderamiento de carnet, acostumbradas a que nos digan lo que tenemos que hacer o a no dejar que nos lo digan más. Acostumbradas a ser el centro de atención o la mano invisible. Acostumbradas, a veces, a que esta «lucha» nuestra se convierta en himno vacío y letras apocopadas, a que sea sonata entonada por sujetos reconocibles -o irreconocibles- pero con soflamas conocidas por todas las personas que nos rodean; las mismas que entonan esas soflamas; las mismas que, o ya lo saben, o no quieren saberlo (y por eso no escucharán). Las mismas personas que hablan de «(re)educar» a los hombres o de hacer caso a las «verdaderas feministas», las de antes, las buenas. Que Dios nos pille confesadxs.

Nos enfrentamos a situaciones peliagudas cuyas protagonistas hemos sido educadas como mujeres y nos reconocemos entre nosotras como mujeres. Nos reconocemos como enemigas en una manera en que no reconocemos a los hombres (qué será eso de los «hombres»). Enemigas en la mirada, en lo trascendental, en lo profundo. Compitiendo por el mismo lugar como si de hecho sólo hubiera uno. Cuando tenemos que plantarnos entre nosotras para decir «eh, hermana, aquí estoy, no abuses de mí»; cuando no estamos -a veces, del todo- en ese nuevo mundo que es el empoderamiento femenino; cuando no nos reconocemos como mujeres mujerizadas; cuando algo funciona fuera del engranaje sinuoso y perfecto que es la tierra prometida de las feministas para las feministas; cuando la bendición es para todas y ninguna y nos olvidamos de esa palabra mágica, «sororidad», de sus consecuencias putas. De lo que significa.

Cuando creemos que decir «soy feminista» es suficiente.

Cuando tratamos a otras mujeres con desprecio y desdén Por Ser Mujeres. Por no ser hombres. Por ser no-hombres. Por no saber cómo enfrentarnos a sujetos por los que no sentimos piedad, misericordia, libido, culpa, atracción, a los que no sentimos que podemos (ay, ¡tenemos que!) educar y enseñar, cuando no nos une la genitalidad ni todo lo contrario; cuando sentimos envidia de otra mujer, de su fuerza que no es la mía, de sus logros que no son los míos; de su camino que no has conseguido recorrer (¡y no tienes que hacerlo! Cada cual tiene su propio camino); cuando te conviertes en un estereotipo que nunca ha existido y sólo tú reproduces con tus miedos; cuando tratas a una hermana como a tu enemiga porque tú eres la tuya, la peor de tus enemigas, y te lo niegas, y te niegas. Y escribes y lees y te informas y vas a manifestaciones y hablas de cuidados y de tareas invisibles y del espacio que se te ha negado, y desprecias a tu prima más que a ninguno de los hombres que has despreciado. Porque no nos han explicado bien eso de la sororidad. Porque tampoco hay una única manera de hacerlo bien.

Cuando ves a otra mujer y te sientes mal con tu ser mujer porque te has construido una idea sobre lo que es tu ser mujer y no lo has conseguido. Cuando te comen los celos, la soberbia, cuando te desgarra no ser tan «buena» como ella, tan «guapa» como ella, tan «exitosa» como ella, y quieres hundirla para que esté a tu nivel porque tú no has sabido llegar al suyo. Cuando sabes que no se trata de eso pero tampoco sabes de qué se trata. Cuando no te reconoces.

Cuando hablas de sororidad con tu guitarra o con tus libros pero no con tu manada. Cuando no amas a tu enemiga. Cuando tu problema son «las otras» y lo niegas -> porque Nunca son las otras.

Ahí, prima, AHÍ: cuidado. Sólo es un coño.

Lo demás es ser buena persona.

Comunicando

No es un problema personal mental respecto al sexo. Los acosadores, maltratadotes y agresores sexuales no son enfermos. Son hijos sanos del patriarcado ejerciendo su poder.

Respondiendo al comunicado de Rudas Madrid Norte emitido al respecto de Manel.

Manel es un hijo sano del patriarcado que ha hecho uso de su (ilegítimo) poder sobre una serie de mujeres. Un cierto uso ilegítimo de un cierto ilegítimo poder. Poder sexual. Abuso. En un ambiente sexual. ¿Social? Claro, entendiendo que la sexualidad atraviesa el ámbito de lo social, como del político, en la medida en que no se puede entender la vida humana descontextualizando política, sociedad y sexualidad.

Siempre es motivo de alegría y orgullo que haya compañerxs que denuncien públicamente con valentía situaciones de conflicto, de abuso, de incoherencia, de injusticia, de verticalidad; problemáticas que nos afectan a todxs sin excepción. En nombre de quienes se atreven a hablar y de quienes aún no han encontrado las fuerzas o la manera (o el espacio, o la voz, o las herramientas, o los oídos dispuestos).

No se trata sólo de entender que las mujeres no somos entes cosificables y manipulables. Por supuesto que no lo somos: nadie lo es. Reducir toda una lucha a estos términos puede ser un buen comienzo para quien todavía no lo tenga claro, pero no es suficiente. Una vez se entiende que las mujeres no son cosas queda todo lo demás. Por parte de los hombres que comparten espacio(s) con nosotras, y por nuestra parte, indisolublemente. Tú no me vas a tratar como a una cosa, y yo no me voy a dejar cosificar.

¿Cuándo y quién decide que un hombre que ha abusado de su poder patriarcal ha entendido la gravedad de lo que ha hecho y está trabajando para cambiarlo? ¿Qué debe cambiar exactamente? ¿Cuál es el siguiente paso?

Aquí, lo que Manel dice al respecto de su trabajarse actual:

La mejor forma de empezar esto es pidiendo perdón, tanto por mis agresiones como por mis actitudes machistas.

Con el comunicado me excusé en que tenía un problema con el sexo, no quería admitir que era un hijo sano del patriarcado, tenía mis medallitas feministas, ¡era un «aliado feminista«!

Mi primera psicóloga postcomunicado me hizo darme cuenta que no, que no tenía ningún problema con el sexo, que era solo una excusa. Tan solo fue una sesión debido a que es una trabajadora de la SS y ya tods sabemos cómo funciona la sanidad pública española.

La segunda era una mujer mayor con una nula conciencia feminista a la cual conocí a través de Madrid Salud. Las sesiones eran inútiles, se basaban en discutir si mis actos habían sido machistas o no, para ella nada de lo que hice era machista.

Ahora estoy con un hombre que trabaja en una asociación de mujeres maltratadas, tanto con agresores como con víctimas de machismo.

A este hombre lo conocí a través de la mujer que me imparte el taller de «Tejiendo Igualdad» cada miércoles desde hace ±3meses.

Asistí a un taller de grupos de hombres con perspectiva feminista y me incitó mucho a formar un grupo similar en el cual trabajar nuestra masculinidad y deconstruirnos. Todavía sigo queriendo crear un grupo de hombres pero no he conseguido a hombres de mi entorno para hacerlo.

A todo esto añadir el apoyo de la gente de mi entorno la cual me ayuda en mi trabajo, mediante diálogo y compartiendo información.

Hemos creído importante responder a este comunicado, que es un llamamiento a la sororidad, y nos ha parecido igualmente importante dedicar un tiempo a trabajar en ello, aprendiendo por el camino y llegando a algunas conclusiones que queremos compartir con todxs, para nuestro enriquecimiento personal, para continuar con el camino de la lucha activa, y para evitar situaciones de abuso en el futuro.

Resaltamos de los comunicados y las experiencias de las compañeras agredidas varios puntos importantes.

  • La verdad es que él en esta época era perfectamente consciente de su “obsesión con el sexo”.
  • Yo no lo veía como algo tóxico, incluso yo creía que era un poco “mojigata” por negarme tantísimo.
  • Le dices que sólo notas de audio porque no te sientes a gusto con tu cuerpo en estos momentos, aunque esto último no se lo dices directamente.
  • Nunca me atreví a decírselo (que le hacía sentir como “las putas mierdas”) o a decirle que no, simplemente le dejaba de responder porque él era insistente, a lo que alguna vez he llegado a sentirme como que le debía algo: sexo, imágenes…
  • ¿Cosificación? No creo. Es aún peor… Si hubiera sido así no habría necesitado jugar con mujeres, creo que el morbo lo encontraba en jugar con mujeres y manejarlas a ellas de verdad, ahí estaba el final de su paja.
  • Me gustaba mucho y eso me supuso unas inseguridades horribles, porque él jamás me demostraba su amor y cariño. Era el prototipo de macho incapaz de demostrar sus sentimientos.
  • En la relación siempre me sentí insegura, con miedo a perderle.
  • La palabra “consentimiento” era inexistente.
  • He cedido a follar con él por ansiar ese pequeño momento de confianza y apego post-coito.
  • Mi historia fue terriblemente invisibilizada dentro del movimiento.

 Ya sabemos que no es una mera obsesión con el sexo sino un problema estructural que emana directamente del aparato del patriarcado. No son asuntos separados: el patriarcado propone una sexualidad contaminada, unilateral, basada netamente en el placer –masculino-, que no contempla lo afectivo, lo comunicativo, lo femenino. Es una sexualidad obsesiva por defecto. En este marco, es difícil reconocer una sexualidad “sana”, pues parece que lo sano es precisamente lo anterior. Hablar de una “obsesión con el sexo” minimiza un problema más grande: nuestra forma de tratar las sexualidades diversas. Todas podemos reconocer en nosotras alguna clase de obsesión con el sexo, que puede ir desde estar obsesionadas con una parte o varias de nuestro cuerpo, hasta ser sólo capaces de alcanzar placer mediante unas determinadas prácticas. El espectro de la obsesión es muy amplio, y no se puede reducir al culto a la polla. Es mucho más.

Nos educan para ser mojigatas y putas, todo un poco, todo a la vez. Pero ninguna queremos ser ni mojigata ni puta, porque se ha convertido en una forma de insultar, ofender y manipular a las mujeres según su comportamiento sexual, que parece ser público. No sólo estamos cosificadas: somos referencias públicas en la esfera de lo público, teniendo que contentar al público –masculino- mientras, además, nos mostramos “para todos los públicos”. Lo que se espera de nosotras es que seamos putas en la cama –con ellos- y discretas –y sexys- en la calle, esa calle que no es nuestra, ese espacio que no nos pertenece y en el que no podemos crecer, ni desarrollarnos, ni sencillamente ocuparlo despreocupadamente.

Cuando el modelo de relaciones que se nos presenta es, de base, un modelo desigual y vertical, no sabemos reconocer dónde empieza lo tóxico, dónde acaba lo “normal”, lo aceptable. Dónde poner los límites. “Negarse demasiado”, como si hubiera una línea que marca la diferencia entre lo que una mujer puede decidir hacer o no hacer con su cuerpo y la mojigatería; como si la mojigatería –el sencillo no querer follar /ahora/ contigo/– fuera un valor negativo. Como si no tuviéramos derecho a más de cierta cantidad de “noes”.

Nos impiden sentirnos a gusto con nuestros cuerpos, porque no nos pertenecen. Nos los expropian, porque no son para nosotras, sino para ellos, para su consumo, recreación y éxtasis. No se nos habla de auto placer, de auto conocimiento, de auto exploración, de querernos. Y cuando no nos sentimos a gusto con nuestro cuerpo, o con una parte concreta de él, o con muchas, o con lo que opinan otrxs de él –porque la gente opina, ¡vaya si opina!- o cómo opina, no sabemos qué hacer. ¿Es normal? ¿Nos pasa a todas? ¿Odiamos todas alguna parte de nosotras mismas? ¿Se trata de poner límites en el punto exacto en que nos da vergüenza esa parte de nuestra carne, de nuestra fisonomía, de nuestro ser? Y con todo ello… ¿cómo explicarle a alguien que no sabe de qué se trata este avergonzarse de una misma que nos da vergüenza hablar de nuestra vergüenza…?

Atreverse a decir NO. Sin más explicaciones, sin más motivos, sin más justificaciones: sencillamente NO. Ése es nuestro trabajo personal y sororo: comprendernos libres para decir sí, para decir no, para no decir nada, para decirlo todo, y libres para que nos respeten, haciéndonos respetar. Es duro de decir y de entender, pero el tener que atreverse, encontrar la valentía, las fuerzas, para decir no, implica una segunda parte en este esquema: hay que explicar por qué no, pues con el no, por lo visto, no basta. Por eso hay que encontrar fuerzas para lidiar con el hecho de que, si me importas, voy a tener que explicarte muchas cosas que no te interesan, con el objetivo de que me respetes, o me dejes en paz. Porque no eres capaz de asumir que NO significa NO. Y yo no estoy asumiendo que eso, tal vez, signifique que no te quiero cerca de mí. Cerca de mi espacio de seguridad, que ya no sé cuál es, porque no tengo tiempo de pensar en ello; estoy muy ocupada explicándote por qué no.

Nos hacen sentir que les debemos algo. ¿A quiénes? ¿A todos?

Porque te provocamos con nuestras ropas y nuestras miradas, porque te hacemos creer que vamos a cumplir con tus expectativas, porque no somos suficientemente claras, porque primero parece que sí y luego que no. Porque somos sexys, porque estamos a tu alrededor, porque tenemos una risa preciosa, porque estamos solas, porque te llamamos la atención, porque somos frágiles, porque existimos; porque te apetecemos. Te debemos una explicación por todo esto. ¿Acaso no nos levantamos cada mañana pensando en cómo seducir o no seducir a cada uno de los hombres con que nos vamos a encontrar a lo largo del día? ¿Acaso no sabemos perfectamente que si te miramos te estamos diciendo que te acerques a cazarnos? ¿Acaso no somos conscientes de que si estamos ahí, si pasamos por ahí, si vamos a ese lugar, si estamos presentes, te estamos invitando a venir a por nosotras? ¿Es que no nos damos cuenta de que no hacemos otra cosa que provocaros con nuestro existir? Que os debemos algo… Nos debemos una reacción proporcional a vuestras acciones. Nos debemos la valentía de deciros lo que pensamos y la valentía de recibir vuestros “no seas exagerada”, “no te lo tomes a mal, sólo era una broma”, “no te/me rayes, estamos de fiesta”, “no te pongas así, que no lo decía a malas”… A vosotros no. No os debemos nada. A nosotras, todo lo que nos ha sido arrebatado. Y no es algo que haya que explicaros a vosotros: es algo que tenemos que recordar todas nosotras.

Mientras tanto, el prototipo de macho, incapaz de mostrar sus sentimientos, tiene su propia lucha, de la que no es consciente. Su problema con el patriarcado tiene muchos tentáculos. Uno de ellos, el principal, es hacerse consciente de que tiene que dejarnos en paz. Otro de ellos es dejarse en paz a sí mismo y otorgarse la posibilidad de sentir y expresar lo que siente. Pero ése no es nuestro problema, sino el suyo. Nuestro problema –uno de ellos- tal vez sea que olvidamos que no sólo no es tarea nuestra, sino que, además, no justifica nada. ¿Eres incapaz de mostrar tus sentimientos hacia el exterior y, por tanto, hacia mí también? Pues ve a trabajártelo y luego hablamos, si eso. O igual no. Pero te tiene que dar igual, porque tú quieres deconstruir tu masculinidad en tanto que para ti es terrible cargar con todo ello y ser el opresor que, además, se oprime a sí mismo. ¿O te estás intentando volver feminista para follar más? No, ¿verdad? Mi seguridad en mí misma no tiene que ver con cuánto demuestres tú tus sentimientos. Tu seguridad en ti mismo tampoco puede depender de mí.

Vamos a ver si entre todas conseguimos sentirnos mejor con nosotras mismas y, por supuesto, entre nosotras todas, unas con otras, unas hacia otras. No necesitamos seguridad en ellos o con ellos; no necesitamos momentos de apego, con o sin sexo mediante, para sentirnos bien con nosotras mismas, seguras o fuertes. No necesitamos que nos comprendan y nos apoyen para estar decididas y seguir con nuestra lucha. Lo estamos haciendo, con o sin vosotros, y vosotros tenéis vuestra propia parte en todo esto. No olvidemos, entonces, la nuestra. La gran mayoría de las mujeres que conocemos tiene una historia –o varias- de abuso, de maltrato, de vejaciones, de inseguridades, de relaciones opresoras; casi todas nos hemos visto a nosotras mismas follando sin querer follar y sin darnos cuenta de qué estaba pasando, realizando actividades que no nos apetecían, cediendo a exigencias y sintiéndonos mal, muy mal, sin saber bien por qué. No estamos aquí para cuestionar ninguna de ellas, ni para invisibilizarlas, ni para echar tierra encima. Cada una de estas historias es válida e importante, y a cada una de nosotras nos ayuda a crecer, a replantearnos, a repensarnos, a recordar cosas olvidadas y darles la importancia que nunca les dimos. Nos dan la fuerza que necesitamos para denunciar todo lo que aún no hemos denunciado y para señalar lo que antes no veíamos o no podíamos señalar. Nos recuerda que nos pasa a todas y que no estamos solas; y que si nos pasa a todas es por algo. Ese algo son ellos, y ese ellos tiene que desaparecer tal como lo entendemos. Ese ellos que abusan y someten y oprimen y nos hacen sentir tan mal. Pero el sentirnos solas… eso ya no más. Eso es cosa nuestra. Recordar que no, no estamos solas. Y para ello hay que señalar cada vez que sucede algo que lxs demás no vemos.

Gracias a las compañeras que han tenido la fuerza de mostrarse y sacar lo que llevaban dentro. Hace falta mucha valentía para romper con esas manos invisibles alrededor de nuestros cuerpos, que nos callan, nos invisibilizan y nos alejan. Ahora nos queda todo lo demás. El paso siguiente.

Nos queda plantearnos por qué en nuestras calles, en nuestros centros sociales, en nuestros espacios públicos –y privados- campan a sus anchas tipos que no tienen denuncias ni comunicados y se han auto condecorado con la chapita feminista; por qué aquél que se sienta a mi lado y olvida el hecho de que yo también estoy ahí, ocupando un espacio, y me echa, no es señalado; por qué no es señalado aquél que llega a un espacio politizado y se pasea sin camiseta antes siquiera de saludar; por qué no es señalado aquél a quien le hago notar que me está molestando, invisibilizando, tapando, callando, ofendiendo, y me contesta que “no, no es una actitud machista, te estás confundiendo”; por qué no es señalado aquél que maltrató a nuestras amigas en el silencio cómplice; por qué no es señalado el cómplice del maltratador; por qué no es señalado el que no ha respetado un espacio no-mixto; por qué no es señalado el que, antes de entrar en nuestro espacio feminista, venía explicando lo que le haría a esa chica que acaba de pasar; por qué no es señalado el que me ha llamado “feminazi”; por qué no es señalado el que grita tan alto, habla por encima de las mujeres a su alrededor, interrumpe a todas sus discursos, se mueve por el espacio como si fuera suyo enteramente, baila como si nosotras no quisiéramos bailar; por qué no es señalado el que dice “si yo soy feminista, cómo vas a llamarme machista, ¿machista yo?”; por qué no es señalado el que quiere explicárnoslo todo a toda costa, ¡incluso cuál es la lucha del feminismo y cómo llevarla a cabo! Por qué no se señala a cada uno de los machirulos. Por qué no se arma un escándalo cada vez que uno de ellos apela a que “hay muchas novias que pegan a sus novios”, “hay un montón de denuncias falsas”, “tampoco hay que dramatizar”. Por qué no se señala cada pequeño –o no tan pequeño- abuso a nuestro alrededor, cada invasión de nuestro espacio, cada silenciar nuestras voces, cada demostración de privilegios, cada cagada machista, cada tufo a machirulo.

Adjunto partes seleccionadas de un fanzine que estamos traduciendo al castellano: Learning Good Consent (se puede leer el original en http://www.phillyspissed.net/sites/default/files/learning%20good%20consent2.pdf).

<<Puedes pedir mi consentimiento, y estar dispuestx a oir sí y no, puede que de verdad estés comprometido y presente, pero si estoy demasiado dañadx para estar a tu lado, para estar en mi propio cuerpo con mis reacciones y sentimientos, ¿Donde quedo yo? Cuando pienso en responsabilidad pienso en todas las maneras en las que aprendí a dejarme llevar, a hacer las cosas fáciles y a no hacerme notar (make waves). Hay un montón de momentos en los que me es más fácil no decir nada, no tener que alzar mi voz o definirme para ti. Así puedo esconderme en la nebulosidad. Da menos miedo no decir nada y recoger mis pedazos que decir no y tener que descubrir donde yo empiezo y tú terminas. Me pierdo en los lugares turbios que hay entre nosotros y eso ni es amor ni es responsabilidad. Para mi la responsabilidad es mostrarme/estar(showing up) enterx, es estar suficientemente presente y valiente para estar en algun sitio con alguien en lugar de esconderme en mis propias inseguridades, miedo y otras mierdas internalizadas. Quiero hacerlo algo mejor que esconderme. Sé que puedo hacer algo mejor que estar/mostrarme a medias. Siendo alguien que en su mayoría tiene sexo con otra gente socializada como chicas, la comunicación en torno al consentimiento en mi vida y comunidades es diferente a como se me enseñó al crecer. Para mí, ser homosexual ha significado un cambio en como entiendo  mi rol en las relaciones sexuales. Cuando era más joven no era tanto una parte activa en la relación sexual sino más bien un árbitro. Nunca dije “Tócame aquí”; o “Me gusta así”; simplemente dejaba a cualquiera que fuese el chico con el que me estaba besando hacer lo que quiera que considerase sexy, y mi trabajo era asegurarme de que nunca se pasaran de la (mi) raya. Yo era una guardameta, siempre vigilando la parte de mi misma que sintiese más vulnerable. En general, cuando ya estaba dispuesta a usar mi voz, estábamos ya varios pasos más adelante de donde realmente quería estar. Esperaba a que la balanza se inclinase hacia el otro lado, hasta que el lugar sexual al que fuésemos diese más miedo que decir “Para”. Cuando pienso estas interacciones me lleno de pensamientos contradictorios. Pienso que algunas de estas experiencias se pueden tildar de coactivas y estoy luchando constantemente con el lenguaje. Hay momentos en los que la responsabilidad parece embrollada. Creo que los chicos con los que tuve interacciones sexuales lo hicieron lo mejor que podían. Creo que querían tener sexo mutuamente placentero y que querían lo mejor para mí. Para mí no es una respuesta válida calificarlos de idiotas o “responsables del mal” a los que así puedo demonizar. Creo que los hombres con los que tuve sexo tenían muy poca maña y unas expectativas muy jodidas y que no sabían como hacerlo mejor, lo que no significa que no deban ser responsables por sus acciones pero tampoco deberían ser demonizados por ellas. Hacer a la gente malvada nos deshumaniza a todas>>.

“AHORA NO” SIGNIFICA NO

 “TENGO NOVIX” SIGNIFICA NO

“QUIZA MÁS TARDE” SGNIFICA NO

“NO, GRACIAS” SIGNIFICA NO

“NO ERES MI TIPO” SIGNIFICA NO

“QUE TE PIRES” SIGNIFICA NO

“PREFERIRÍA ESTAR SOLX AHORA” SIGNIFICA NO

“NO ME TOQUES” SIGNIFICA NO

“DE VERDAD ME GUSTAS, PERO…” SIGNIFICA NO

“MEJOR VAMOS A DORMIR” SIGNIFICA NO

“NO ESTOY SEGURX” SIGNIFICA NO

HAS/HE BEBIDO SIGNIFICA NO

EL SILENCIO SIGNIFICA NO

Que no lo digo a malas ni ná.

Anoche estaba -como cada noche, Pinky- jugando al lol

Como cada noche, jugaba con mis colegas del lol, a saber: mi hermano, mi compañero, mi amigo muy amigo del instituto, el amigo muy amigo de mi hermano, algunos amigos muy amigos de mi compañero, y algún amigo de algún amigo. Y a veces alguna persona con nombre con reminiscencias femeninas (ya, no sé, pero se sabe; el otro día un chaval francés me habló para decirme que si era una chica, que mi nombre era de chica).cuya actitud durante el juego me ha gustado y he querido agregar a mi selecta crew. Mi crew de nabos.

Entre otras muchas cosas que suceden mientras jugamos, la más divertida es que hablamos todos mediante un programa de voz, y nos mofamos. Se habla de todo. DE TODO. A veces es demasiado para mi bodi. A veces me apetece un montón darle caña. Todo esto mientras jugamos a matarnos y eso.

Solía ser una de las nuevas en el juego. Hace rato que ya no lo soy. De hecho, voy notando mi evolución, y voy empezando a ser medio buena. Mejor que otra gente con la que juego. Esto mola, porque no hace mucho que es así, y no morir constantemente es bastante más entretenido que sí morir mucho.

Pero siempre hay un hombre dispuesto a enseñarme cómo jugar.

A veces son mis más cercanos. Eso está bien, porque yo misma les pido consejo constantemente, y coincide con el hecho de que son los que mejor juegan, de lejos.

A veces no son tan cercanos. Ya hemos hablado muchas noches ahí jugando y tal, pero no somos amigos. A veces pregunto al general qué objeto es mejor que me compre o cosas así, pero no les pido consejo a ellos en concreto más allá de esto. El juego del personaje consiste en calzar habilidades a los demás. A veces se consigue, a veces no. Y es curioso que cuando yo no consigo dañar a alguien con una de mis habilidades, o esquivo mal un ataque, o, como sea, hago algo mal, siempre sale alguno de ellos a decirme qué tendría que haber hecho o qué debería hacer para que no vuelva a cagarla. «Usa la R». «Vete de ahí». «¡ira ulti!». «Cúrame y vete a base». «Ponte la E». Normalmente, además, siempre me llaman por mi nombre real. Entre los demás nos llamamos por los nombres del juego principalmente. En cada partida participan en el decirme qué hacer y cómo una media de dos a cinco hombres distintos.

Sin embargo, no me hacen nunca bromas sobre lo mala que soy, cosa que sí hacemos, en general, con los demás. A mí no se me dice que soy muy mala, a mí se me ayuda a mejorar aconsejándome a cada momento qué es lo mejor para mí. Personal trainers preocupados por mí en directo seguimiento gratuito. Jo, qué bien.

Ya. Pero es que, mientras la cago y sé por qué la he cagado y digo que la he cagado, me apetece concentrarme en mi siguiente paso para no cagarla. A veces no puedo concentrarme porque me están dando cuatro órdenes a la veces, y aunque no quisiera seguirlas y me resistiera ferozmente, son cuatro voces (masculinas) dándome órdenes instrucciones al mismo tiempo. No siempre me apetece que me digan lo que tengo que hacer.

Anoche, uno de estos colegas me dijo que «me dejara puesta la E y tirara desde lejos». Le dije «ya, tío», o algo así, en tono de «ya, tío». Me contestó que «no, pero que no te lo digo a malas ni nada eh». Jo. Le dije que ya, joe, claro que no me lo dice a malas, ya lo sé. ¿Por qué iba a decírmelo a malas? ¿Por qué iba yo a pensar que me lo dice a malas? Jo. Yo no quería que pensara que pienso que me dice nada a malas. Pero eso fue lo que pensó cuando le contesté que «ya» a su consejo. Claro, él sólo estaba dándome un consejo. To majete, la verdad.

El problema, amiguis, es que tú y tú y tú y tú y tú dándome amigables consejos y diciéndome las cosas por mi bien se convierte mientras no miráis en una miríada de hombres diciéndome lo que creen que tengo que hacer. Por mi bien.

´Me gustaría proponer el sencillo juego de contar, durante la partida (o durante la tarea que se quiera desarrollar), la cantidad de veces que se le dice a otra persona lo que tiene que hacer o se le da un consejo o una advertencia o una instrucción. -Los «pero qué malo eres, ¿no?» y «¡pero haced algo, cabrones!» no cuentan-.

Una flor para una flor. Cenizas a las cenizas. Margaritas a los cerdos.

Hoy, en el trabajo, ha llegado un compa que estaba de vacaciones, al que aún no conocía. Se me ha presentado y le he tendido la mano mientras le contestaba mi nombre. Con gesto extraño me ha cogido la mano y aún se ha inclinado y me ha plantado dos besos. Esto sucede muy, muy a menudo. Algunas veces me dicen «qué raro, una tía que da la mano» (ay…), otras veces sólo me lo dicen con la mirada, y otras veces me cogen por el hombro para que no pueda escapar de los besos.

Les tiendo la mano, y es obvio que lo que quiero es darles la mano, porque lo estoy haciendo: darles la mano. Pero no. Es incomprensible. No es una actitud respetable, por lo que parece, y yo no merezco que respeten mi deseo de darles la mano en lugar de dos besos. Me los tengo que comer con patatas.

Después, otro compa ha llegado a la sala preguntando «¿queda alguna mujercita por aquí?», y me ha dado una rosa. Para las mujeres, en su día. Yo, desencajada, he dicho «gracias», con serias dudas: ¿qué hago ahora? ¿Qué debería hacer? ¿Qué quiero hacer? Demasiado pronto para dar la chapa. Ya se darán cuenta de que soy una borde y una rancia, pero con calma.

Una compa ha llegado a mi lado contenta por el asunto de la rosa. Le he dicho que yo no quiero flores, sino igualdad de derechos. Me ha contestado que aquí (en este trabajo) hay igualdad. Le he dicho que en ningún sitio hay igualdad. Me ha respondido que al menos cobramos lo mismo. ¡NO TE JODE! Menos mal. Gracias. Me recuerda a cuando un chaval en una discusión de fb (sí, sí, me gustan, confieso, a veces) intentó convencernos a una compa y a mí de que teníamos que estar agradecidas cuando un tío nos trata bien. Lo decía muy en serio. Nunca llegamos a entendernos.

A la tarde, han llegado esa misma compa y otra con sendos bizcochos recién hechos. Han dicho que era «de parte de todas las niñas del trabajo para ellos, por las rosas»

La radio he preferido no ponerla. Pasando de emisoras he tenido la desgracia de caer en una en la que un tipo (?) le decía al locutor que él también conocía muchos hombres que habían estudiado másters y no habían llegado a puestos de poder.

Cada mañana, despertar es echarle un pulso a la vida y a las vicisitudes propias. No bastaba con todo lo que llevamos encima, nuestras neuras y nuestras mierdas y nuestro humor; también había que añadir la conciencia clara y desquiciante de que a partir del momento en que salgas por la puerta de casa (si no antes, que el enemigo también vive en casa) se va a suceder una serie de momentos desagradables contra los que va a haber que tomar alguna decisión, bien sea dejarlos pasar, bien sea revolverse contra ellos. No hay problema, va a haber tantas situaciones chungas a lo largo del día que da para ir probando un poco de todo. Cuando aparque y me hagan un comentario sobre cómo he aparcado estaré aún legañosa, y cuando avance hacia el lugar de trabajo y los obreros de camino me hagan sentir sucia también, y puede que cuando en la radio digan que somos musas y bonicas y mu majas también, pero en algún momento, no se sabe muy bien cuál, reaccionaré como siempre me digo que me gustaría. Quizá en 2040. Cuando no me asusten tanto las consecuencias. Cuando tenga esté preparada y tenga ánimo para escuchar a gente a la que solía respetar decir barbaridades que me entristecen hasta lo más profundo. Cuando no esté mal visto rehusar ser un trozo de carne.

¡Y una polla! Con dos huevos. Y cojonuda, que como ella no hay ninguna.

¡A ver si ahora no voy a poder decir lo que me salga de la polla! ¿Qué tiene de malo que diga lo que me sale de la polla? ¿Por qué te molesta que te diga lo que me sale de la polla? ¿Por qué voy a tener que dejar de hacer lo que me sale de la polla? A ver, pues si no digo te lo que me sale de la polla, ¿cómo voy a hacer lo que me sale de la polla? Es que ya no se puede decir lo que me salga de la polla. Te pones to loca cuando te digo lo que me sale de la polla, ¿no te parece que exageras? Sólo te he dicho lo que me ha salido de la polla.

 

Cientos de veces he oído comentarios, conversaciones, chascarrillos, bromas, referencias, alusiones, chistes, anécdotas, historias, informaciones -cientos de miles de veces- sobre las pollas. Sé mucho más sobre pollas que sobre coños. No soy la única.

Hoy he oído a una chavala decirle a sus colegas que se iba por «cosas de chicas» mientras se alejaba con paso digno y apresurado, como adolescente, como de chica, como de chica adolescente. Sus colegas han adoptado expresión de no entender durante medio segundo, y luego han continuado con sus cosas. ¿Qué podrá decir eso de «cosas de chicas»? Mejor dicho, ¿a quién le importa?

Todas sabemos que hay cosas a las que podemos referirnos con «cosas de chicas» para no tener que dar explicaciones, porque no queremos darlas, porque sabemos que no quieren escucharlas. Explicaciones sobre nuestras menstruaciones, principalmente. Por qué iban a querer. Sobre todo lo demás, sí, sobre todo lo demás sí nos gusta explicarnos todo el rato, porque como que hace falta, mucha, tremenda, por si acaso y para después.

Ellos sabrán, tal vez, que «cosas de chicas» significa «no debes-puedes-quieres saberlo», y no parece que les interese pasar por encima de esa prohibición, porque claro, no es un «¡¡jaajaa no puedes saber esto!!» sino un «mejor no te intereses por esto porque creo que no te va a gustar, porque es sucio, porque me han dicho que es sucio, y no quiero que tú sepas que soy sucia, ni que te ensucies tú, así que, por tu bien, aléjate de mis cosas de chica«.

Por las cosas de chica cambiamos de humor y nos ponemos raras y todo eso que no se entiende muy bien. No se entiende muy bien porque esas «cosas de chica» no son sólo cosas de chica ni son precisamente las cosas de chica que ninguna chica quiere que nadie sepa. Son otra historia, pero mejor no la cuento porque parece que no interesa.

Mejor hablemos de pollas. Siempre es buen momento para mencionarla. Para traerla a colación. Para hacer alusión a la polla propia, que es muy bien, o a la ajena, que es muy pequeña , o muy gay. Para dibujarla, para verla dibujada, para sugerirla, para recordarla, para compararla, para asegurarla, para acariciarla, para pensar en ella, para hablar sobre ella con otras muchas. Eso, claro, me interesa, porque siempre he oído hablar de ellas y parece que es la polla. («La polla» se dice de algo que es muy bueno. Entonces las pollas son buenas. p->q , ¿o qué?). Más me vale que me interese, porque no se habla de otra cosa, porque está por todas partes, porque me la voy a tener que comer con patatas (JAJA) o, si no, me van a dar por el culo (supongo que con una polla, ¿o qué?). De lo mío no voy a hablar, y me voy a pasar la vida comiéndome el tarro con cosas normales que no sé que son normales porque no se habla de ello. Pero nunca, nunca, nunca, voy a querer la polla, tenerla yo pa’ mí, porque eso está muy mal, y además es de machorros, y además luego con ese cuerpo no le vas a gustar a nadie, así que igual tendré que buscarme pollas físicas reales sustitutivas de la que quiero yo para mí. Así que entre Freud y Alba Rico me voy a hartar a comer pollas mientras lloro por la que no tengo, perjurando al Coño Desconocido.

El enemigo en casa

Violencia de género. Violencia doméstica- Riñas caseras. Problemas en casa. Pareja, presunto agresor, presunto asesino, presunto maltratador (presunto palabras muy grandes y ajenas).

No es sólo el hombre en su forma de pareja sexual o sentimental al que hay que prestar atención al hablar de orpesiones, autoritarismos, abusos, humillaciones, agresiones, privilegios, jerarquías… (ay)

El enemigo también acecha tras las puertas del baño. Está afeitándose la cabeza con cuchilla, porque ya la maquinilla le sabe a poco. Cuando yo me rapé parte de la cabeza, mi madre lloró y no me habló durante tres días. La barba hoy no le apetece afeitársela. Yo me voy a tener que depilar las cejas porque tengo una entrevista de trabajo, y tú verás.

Sale con su penacho rubio platino engominado y lleva una camiseta con cuello en V mostrando pechamen y unos pantalones caídos. Con una ropa bastante parecida salía yo cuando mi madre me llamaba «puta» por vestir con aquello.

Está de mal humor, pero todos lo respetamos. Sabemos que es mejor no decirle nada. Se pone muy agresivo. Contesta mal, y si el humor es muy malo, igual golpea una pared o rompe algo sin importancia. Normalmente no pasa de ahí, pero hemos tenido algún encontronazo más serio; es más alto y fuerte que yo, aunque es más joven, y cuando me empuja con gestos a lo Pimp Flaco soy más consciente de esta realidad. Yo respondo dependiendo de si tengo más cabreo que miedo, o viceversa. Y es a mí a quien mis padres, respectivamente y en momentos separados, piden que no nos peleemos, que no discutamos, que no nos gritemos.

Se pilla el autobús para ir al barrio, con los amigos, a beber. En el bus nadie se sienta demasiado cerca de él, ni le hablan como si fuera el hijo de la vecina o un primo cercano. El autobusero no le mira el culo cuando se baja. Mientras espera a sus amigos en la esquina, nadie le dice al pasar lo que opina sobre él, su ropa, su aspecto, o su estar de pie en una esquina «así vestido».

Cuando llegan sus amigos, se van automáticamente a beber a algún bar. De camino, alguno de ellos le da su opinión a alguna chica aleatoria por la calle. Él no; de hecho, le dice que no haga eso. Y que «maricón» no es un insulto. Hace tiempo que bromean con el hecho de que mi hermano es feminista. No sé muy bien hasta dónde llega la broma. Ni el ser feminista.

Beben y fuman como si no hubiera un mañana. Nadie les mira de forma aterradora en el baño ni cuando van a pedir. Nadie les acorrala disimiladamente contra una pared para pedirles atenciones o su número de teléfono. Casi nadie, de hecho, es mucho más alto o grande o fuerte que ellos. Están todos bastante fuertotes, salta a la vista.

Ninguno teme que puedan haber echado droga en su bebida. Beben tranquilamente. Ninguno ha cruzado su mirada despistadamente con otra persona que haya pensado que eso significaba algo que no era, y no ha tenido que pasar la noche intentando no mirar hacia allí para no dar lugar a equívocos; ni tratando de no ser muy borde ni demasiado amable con las personas que se han acercado a hablar con alguno de ellos. De hecho, casi nadie se ha acercado a hablar con ellos, ni nadie les ha preguntado «si están solos». Es curioso porque salta a la vista que no lo están pero fíjate, a veces parece que no…

Esta vez no se ponen a hablar con ningún grupo de chicas. Se van del bar muy borrachos, y ninguno tiene miedo de que le vayan a violar por el camino. En casa no les han dicho que no vuelvan tarde ni solos por si les violan ¿o secuestran? Algunos van a coger un taxi; no van a fijarse demasiado en si el conductor tiene pinta de ir a querer violarles. Van muy borrachos, pero no están asustados. No tienen por qué. Sólo lo pasan bien. Boys just wanna have fun.

Mi hermano se acuesta tarde y se levanta tarde. Está de resaca y malhumorado. Yo estoy en el hospital, cuidando a mi madre. Estoy enfadada porque mi padre y yo hacemos turnos para encargarnos del cuidado, pero mi hermano no. Estoy muy enfadada porque a mis padres no les parece algo grave. Aparte el hecho de que parece estar atravesando un costipado que no termina y le impide ir al hospital, y aparte que no le pone mucho remedio a esto. No les parece un asunto serio, porque se ha dado por sentado que lo de cuidar era cosa mía y suya no. Y yo con estos pelos. Así, sin avisar.

No me gusta cuidar. Me dan malo rollo los drenajes y las purulencias pustulosas. No me llevo especialmente bien con mi madre. Pero no podía escapar de esto, era algo que se debía hacer sí o sí. Salvo para él. Y a nadie le ha escandalizado. Mi abuela está orgullosa de esto, siempre me ha preguntado si cuidaría de ella en su vejez y me ha amonestado cuando me he ausentado temporadas largas y he dejado de cuidar de mi madre. Mi padre se ha enfadado porque yo me he enfadado. Después ha quitado hierro al asunto. Me he vuelto a enfadar porque ése es justo el problema. Se ha vuelto a enfadar: no lo entiende. ¡No lo entiende! Ha defendido a mi hermano, ha hablado con voz muy grave y autoritaria y nos ha mandado a todos al carajo (a todos, por si tal).

Hemos seguido hablando del tema en el transcurrir de los días. Parecía que lo habían entendido, pero veo que no. Y no es tan difícil de entender que no lo entiendan.

Mi hermano tiene una autoridad que no le pertenece por ninguna clase de derecho. Se llaman privilegios porque no nos corresponden. Mi padre tiene una autoridad que siente suya en tanto que hombre y padre, y sólo él puede, a estas alturas, hablar con autoridad a mi hermano. Mi hermano me habla agresivamente, y se queja de ser el único al que no se le permite hablar agresivamente: no se da cuenta de que su hablar agresivamente es el único que da miedo y el único al que cuesta enfrentarse y contestar. Que nunca será la misma clase de violencia porque por muy mal que yo le pueda mirar o muchas ganas que tenga de tirarle por la ventana, siempre voy a tener las de perder. Ya las tengo.

Soy feminista

Soy feminista porque hubo una vez en el metro por la noche y había una chica con una maleta delante de mí; éramos tres chicas jóvenes en el vagón, y entró un viejo. Se puso al lado de la chica de la maleta.

 

Yo estaba sentada enfrente. Una chica, cerca. El viejo verde bastadro, ese hombre bastardo que ahora era viejo y por eso se dice con chascarrillo e indulgencia «viejo verde» pero lo que siempre ha sido es un cabrón bastardo; el viejo siguió arrimándose y frotándose contra ella, mientras ella intentaba disimilar (¡¿?!) y se apartaba sutilmente.

Ninguna hicimos nada.

Nadie hizo nada.

Ni ella misma.

Ella se bajó del tren, y punto.

 

Soy feminista porque no puedo dejar de acordarme de esto.

Porque soy pobre.

Esta mañana he ido a pagar mi segunda multa por aparcar mal en las últimas tres semanas. La primera vez llevaba 30 minutos dando vueltas buscando aparcamiento cerca del curro. Aparqué por fin al lado de una antigua Vaquería. «Ay, qué chulo», pensé. Después de una tarde de trabajo agotadora, una compa nos invitó a ir a tomar algo con sus colegas. Llegamos al sitio, y los colegas se estaban marchando a bailar a un sitio de pago. Lejos. Hacía frío. Decidí irme a casa de otro amigo que tampoco tenía el,cuerpo para farolillos ni dinero. Vive lejos. Fuimos a por el coche. No estaba. Locura total. Pensé que me lo habian robado, con la cámara de fotos. Pánico. Pero se me ocurrió que podría habérselo llevado la grúa, aunque yo creía haberlo aparcado bien. Total, que llamé al 016, confundiéndolo con el 012, y le conté mi mierda a la teleoperadora. Ella me contestó que aquello era el Infomaltrato Mujer. Dije «ay, perdón, joder, me cago en la pu…», y colgué avergonzada. Conseguí por fin el número del depósito de coches. Estaba en Colón. Yo en Embajadores. A las prff de la mañana. Así que mi amigo y yo fuimos a cogerme un adelanto del pecunio al curro para poder rescatar el coche, tomar un café y tranquilizarnos un momento; y marchamos hacia Colón. Intentamos atajar por el centro y acabamos dando una vuelta en círculo. Al fin llegamos. Necesitaban una autorización firmada por el titular del vehículo y fotocopia del DNI. De mi padre. Que dormía. Le desperté y le pedí que hiciera eso y lo mandara por correo electrónico. Lo hizo. Me dieron el coche y me cobraron 147,35 € por el servicio de grúa más 1’85 € por hora de ¿estacionamiento? en el depósito. Una poquita. Muy bien, pasa casa.

Tres semanas después. Vuelvo de viaje de Semana Santa a las 10 de la mañana tras una noche apurando gasolina. Busco aparcamiento por el barrio. No hay que pagar zona, así que es una galería de buitres. No encuentro sitio. No he tomado café y me meo y me muero. ¡Ah! ¡Un sitio! Aparco. Dejo las cosas dentro, ya vendré a por ellas.

Tres días más tarde. Antes de ir al curro paso por el coche a coger cosas. No está. Digo que si se lo ha llevado la grúa me pego un tiro. No es cierto que lo vaya a hacer, pero sí que querría hacerlo. Llamo. Me atienden fatal. Lleva dos días en el depósito (147’35 + 1’85 la hora, máximo 19’20 por día). Maldigo mi estampa. Me sumo en la mierda autodestructiva durante un rato. En ese momento no puedo ir, tengo que ir al curro. El depósito cierra a las 10 de la noche, y a esa hora sigo en el curro. Así que lo dejo para el día siguiente.

Al día siguiente madrugo y voy. Cuando llego, en el mostrador hay dos tipos, uno de ellos atendiendo a otra chica que venía a rescatar su coche. Me atienden. 205’15, me dice. Le doy los 6 billetes de 50 que había llevado preparados, calculando que serían unos 200 euros, más un por si acaso, y podría comprarme luego unos boquerones, para ayudar a mi memoria. Y le doy los 15 céntimos sueltos. Aparece un chico en chándal esmeralda y con ojeras y dice al de la ventanilla «que me han llevao el coche». Mientras, el otro me da el cambio: 40 euros. Digo «mmmm pero… ¿no te he dado 300?», y me dice que no, que cómo le voy a haber dado 300 si eran 205. Titubeo. Digo «bueno, me habré equivocado». Estoy saliendo por la puerta y vuelvo atrás para pedirle que se asegure, que me estoy rallando. Insiste. Cojo el ❤ coche ❤ y voy a pasar la barrera. Antes, reviso la cartera. Mierda, pero el cambio de 250 son 45 euros. Entro a pedirle los 5 que faltan. No se fía. Le enseño el fajito que me ha dado y cómo no había 5 euros ahí. Me los da y me pide disculpas porque tiene el día espeso. «Ya, no pasa nada, yo también» le digo, y me marcho.

Vuelvo a casa. Reviso mi caja del dinero y corroboro que me había llevado 300. Llamo a la central de depósitos. Le cuento el asunto a alguien que me dice después que él está en la central, que eso de lo que hablo es de una oficina pero no se puede llamar a una oficina. Me dice que espere, que llama él. Espero. Vuelve, y me cuenta que el compañero que me atendió dice que nanai. Me sugiere que tal vez quiero poner una reclamación, y me facilita la forma. Le agradezco. Doy por perdidos 50 euros. Pero al poco me rellama, para decirme que ha hablado con un superior, han hecho conteo, y sobran, efectivamente, 50 euros.  Le agradezco tantísimo a este gentilhombre, y me tengo que ir corriendo a por mis 50 euros, antes de que cierren en hora y media.

Por todo lo anterior, y porque no tengo una plaza de garaje, y porque no puedo ir en taxi a los sitios, y porque no tengo chófer, y porque no tengo bici porque me la robaron en Lavapiés, y porque no tengo matrícula de cuerpo diplomático o tarjeta vip, y porque en mi barrio no se paga zona y hay más coches que espacios, y porque vivo en Madrid, y porque alguien me ha convencido de que lo mejor para mí es tener un coche (en el que, por cierto, en el ultimo año ha habido que invertir 1500 euros en dos reparaciones puntuales) y porque soy idiota; por todo eso he pagado unos 400 euros a la EMT. Más de un mes de alquiler y comida, con que contaba y ya no tengo. Además, ahora le debo al Estado dos multas de 200 € cada una. Y todo esto, porque soy pobre. Pobre idiota.

 

Polémica viral que indigna al Pequeño Internet

Pero ¿es que nadie va a pensar en internet?

  • Del nacimiento de internet como entidad independiente, ensayo en curso.

Quisiera llamar la atención sobre este artículo.

‘Refugiados Sexys’: la cuenta de Instagram que indigna a internet

Indignar a internet es muy jodido.

La página de elmundo.es se ha lavado la cara y tiene un formato bien upsoclero -y añado que acabo de flipar por lo mismo con la de la bbc.com*; que, por otro lado, jamás había visitado antes-. El artículo es depravado y viscoso; encontramos titularcillos como: << «¿Por qué convertir en un fetiche su trauma?», comenta un detractor>>, <<«Pienso que no es el momento ni el tema con el que hacer bromas», señala el usuario Geertxu en Instagram. Por su parte, Smolbrowngirl, se pregunta «¿Qué es esta cuenta? ¿Por qué convertir en un fetiche su trauma?»>>. Es un gran ejercicio tomarse algo tan poco en serio, y tal vez estemos ante una declaración de estoicidad postmo posmo muy honesta.
«Honestamente, pienso que es una gran manera de hacer que los occidentales se impliquen y se sientan más empáticos hacia esta gente».
ESTA GENTE.
LOS. OCCIDENTALES.
Y que se sientan más empáticos. Que los occidentales puedan sentirse más empáticos, è la cosa.
Por último, nueve fotos (que, por cierto, no me cargan; «contenido no disponible», pone) de ésas que les parecen tan mal pilladas de la cuenta de instagram de la chica ésa que fatal porque «ahora los cientos de miles de solicitantes de asilo que esperan a las puertas del viejo continente deben enfrentarse a la banalización y sexualización de su sufrimiento a través de Instagram».

106-copy

* En la bbc.com podemos encontrar, compartiendo columna, titulares como «Cada vez que un italiano tome café en Starbucks, una cafetera se suicidará», «Cuando tenía 13 años me secuestró un pederasta que conocí en internet» (que tampoco tiene ningún desperdicio; tal vez en otra), «La verdad detrás del vídeo viral de la joven que tumba a tres acosadores» o <El sospechoso de los ataques de París se iba a inmolar pero «cambió de opinión»>.